OCHO DÉCADAS DE LA ONU

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En el curso del presente mes de septiembre se celebraron los primeros ochenta años de la creación de la entidad multilateral más ambiciosa jamás pensada durante el curso de la historia de la humanidad: la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

La idea surge como consecuencia del fin de la segunda guerra mundial, bajo el patrocinio de las potencias triunfadoras del conflicto que afligió a todos, y que contó con un amplio patrocinio de los Estados Unidos de América (país anfitrión de la Conferencia de San Francisco), Francia, Gran Bretaña, la entonces Unión Soviética (URSS) y China.

A estas alturas del paseo, me parece que podría resultar ocioso realizar un conteo – aunque pudiera llegar a ser breve – sobre fortalezas y debilidades del nuevo sistema establecido para regular el nuevo orden internacional.

Las grandes rivalidades surgidas entre las potencias con capacidad atómica, son de antología.  Se determinó que dicho conflicto podría ser caracterizado como la guerra fría que, en todo caso, nunca menguó su temperatura, sobre todo, dentro del órgano de gobierno más determinante de la propia ONU.

Si, precisamente, el Consejo de Seguridad, y el derecho de veto, planteado como un requisito sine qua non, el gobierno de los Estados Unidos puso como condición para integrarse al ente que, en principio, fue creado para garantizar un clima de paz y armonía entre todas las naciones.

Para bien o para mal, las partes contratantes aceptaron el capricho de unos y otros y ese derecho de veto se ha convertido a lo largo de estas ocho décadas en el nudo gordiano más difícil de superar.

Y, como prueba de lo anterior, nos remontamos al actual período de sesiones de la Asamblea General del organismo (integrada por 193 miembros) lugar en el cual tuvimos la oportunidad de ver y escuchar las diversas alocuciones que, tanto jefes de estado y de gobierno, así como las más altas autoridades de los gobiernos de los países miembros, tuvieron la oportunidad de realizar un llamado en favor de los más caros intereses de toda la membresía.

Conviene destacar que, al momento de escribir estas líneas, en el mundo se registran, al menos, unos sesenta (60) conflictos de diversa intensidad, entre los cuales, hay dos que se destacan: en primer lugar, el genocidio protagonizado por el gobierno de Benjamín Netanyahu, en contra de la Franja de Gaza; y, en segundo lugar, la ofensiva del presidente Vladimir Putin, en contra de Ucrania.

Tanto en uno como en el otro, alcanzar soluciones convenientes a todas las partes, resulta poco menos que imposible, ya que, cualquier tipo de solución que pase por la agenda de la ONU se topa, llegado el momento, con el derecho de veto que, de forma indiscriminada, ejercen, tanto los Estados Unidos (favorable a la ofensiva de Israel en contra de la Franja de Gaza), como Rusia, en su ofensiva en contra de Ucrania.

La negativa a reconocer como parte de un derecho soberano la solución que plantea la comunidad internacional de reconocimiento de dos estados Israel y Palestina, ha sido el principal obstáculo, como consecuencia de la obstinación del actual primer ministro israelí y el veto que ha ejercido indefectiblemente, el gobierno estadounidense.

Por lo que respecta al caso de Ucrania, la solución pasa por dar cumplimiento a las demandas que viene planteando el gobierno de Putin, sobre la indebida apropiación de un tercio del territorio de Ucrania, incluida la península de Crimea, ahora bajo la dominación de las fuerzas armadas rusas.

El objetivo inicial de crear un nuevo orden político internacional, derivado de la creación de la ONU, nos arroja un triste balance, mismo que se puede traducir en el desorden y el caos por el que atraviesa la comunidad internacional, en medio del cual, la diplomacia ha dejado de tener sentido, a la luz de la imposición que hemos venido observando, principalmente, por parte de los dirigentes políticos, tanto de los Estados Unidos de América, como de Rusia.

No deja de ser paradójico que, en medio del caos prevaleciente, el gigante dormido, el régimen de Beijín transite con la más absoluta cautela, cautivando a unos y a otros, en busca de aliados estratégicos que le hagan posible de extender sus tentáculos e influencia, más allá de esas fronteras intangibles determinadas por quienes han dominado tradicionalmente, el orden mundial.

Lamento, solamente que, al presente debate a nivel internacional, no se haya incorporado la presidenta de México, la doctora Claudia Sheinbaum, quien ha preferido la irrelevancia de su tribuna mañanera, en el salón de Tesorería de palacio nacional, al amplio foro que le ofrece el salón principal de la Asamblea General de la ONU, en la ciudad de Nueva York.

OCHO DÉCADAS DE LA ONU

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