Hacia un Nuevo Orden Internacional

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A menos de treinta días de su ascenso al poder (20 de enero) el presidente de los Estados Unidos (POTUS), Donald Trump, ha dado muestras fehasciente de su intención de procurar un nuevo orden internacional.  Es decir, modificar el actual esquema de pesos y contrapesos: multilateralismo versus unilateralismo, determinado en apego con los intereses de los países que conforman la comunidad internacional, a la luz de los sucesos acaecidos durante el curso del siglo XX.

En ese sentido, conviene tomar en cuenta que, durante su breve y disruptivo mandato, que comenzó, por decir lo menos, vulnerando derechos fundamentales de sus propios ciudadanos, decretando – al grito de hacer “América Grande otra vez” – que su administración no reconocería ni la diversidad, ni la inclusión, ni otro tipo de exclusión que no determinara con claridad la diferencia de género entre el de hombre y el de mujer. 

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Procedió, a continuación, con la suscripción de ordenes ejecutivas, mediante las cuales despidió de forma fulminante, a todos los empleados públicos, tanto civiles como militares identificados, o contratados, por virtud de dichas características.

En adición, a todo lo anterior, y dentro del contexto de una denominada grave emergencia nacional, promovió – lo que a mí me ha parecido – una furibunda lucha en contra de la migración indocumentada, especialmente, determinada a casos singulares, como a los ciudadanos proveniente de nuestra subregión geográfica, así como a la incidencia del crimen organizado, especialmente, por lo que respecta al narcotráfico y al trasiego de fentanilo

Además, en el afán de poner en un contexto específico el presente análisis, conviene destacar, entre otros, los más característicos de sus reconocidos exabruptos, por ejemplo: la proclama de que Estados Unidos se adueñaría (si fuese necesario por la fuerza), de la región insular de Groenlandia; así como que, llegado el momento, demandaría del gobierno de Panamá la devolución de la zona del Canal, bajo influencia estadounidense, desde su creación, hasta la devolución en el año 2000.

En su prefiguración de lo que podría configurarse como un nuevo orden internacional, planteó (no se sabe realmente si fue en serio o en broma) que Canadá debería de constituirse como el estado número 51 de la Unión americana, y que el Golfo de México sería transformado en el Golfo de América.

Adicionalmente, y con toda seguridad, bajo el auspicio de su propio capricho, declaró que constituiría la Franja de Gaza (actualmente en guerra soterrada con Israel) en una zona similar a la Riviera francesa, de la que, en todo caso, sería desalojados los más o menos 2 millones de palestinos que actualmente conforman el censo poblacional de dicho punto central del conflicto en el Medio Oriente

En el mismo contexto, blandiendo como instrumento de su estrategia unilateralista, se comunicó por la vía telefónica con Vladimir Putin, con quien acordó el comienzo de un proceso de negociación encaminado a poner fin a la guerra de Ucrania, motivada, como es ampliamente conocido, por la invasión de las fuerzas militares de la Federación Rusa.

Dicho proceso se llevaría a cabo, según trascendió, sin la presencia de uno de los actores principales, el presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski.

Todos estos movimientos políticos acompañados, además, por la suscripción de ordenes ejecutivas encaminadas a fijar un nivel sin precedentes de aranceles a sus principales socios internacionales (guerra comercial), incluidos, especialmente,  los europeos, fueron coronados con la participación estadounidense de una delegación de alto nivel, encabezada por el vicepresidente James D Vance, en la Conferencia de Seguridad, celebrada en la ciudad de Múnich, Alemania, en el contexto de la cual, por decir lo menos, se produjo lo que nadie esperaba: la práctica ruptura de la alianza de Estados Unidos con Europa.

El vicepresidente Vance, quien fungió como portavoz de su gobierno, marcó, con su discurso, un antes y un después del proyecto de la Alianza Atlántica, constituida desde hace 70 años, cuyos encargos principales fueron, entre otros: la reconstrucción europea (plan Marshal); la prefiguración de una organización internacional, a la postre convertida en las Naciones Unidas (ONU); así como la creación de la Organización del Tratado del Atlántico de Norte (OTAN).

Esta última entidad, bajo cuyo cargo, durante dicho lapso de tiempo, estuvo la seguridad de los aliados, como consecuencia del fenómeno denominado “Guerra Fría”, período marcado por el enfrentamiento entre los dos bloques políticos dominantes.

Según se ha podido conocer, la sorpresa que se llevaron los principales aliados de Estados Unidos, tuvo un doble efecto.  En primer lugar, las duras críticas que el vicepresidente Vance lanzó en contra de circunstancias internas que priman entre algunos de sus principales socios europeos, entre los cuales se destacó, principalmente, el país anfitrión, Alemania.

Por otra parte, se hizo público que el proceso de negociación de paz para Ucrania se llevaría a cabo, exclusivamente, entre el gobierno que encabeza Donald Trump y su homólogo ruso, Vladimir Putin, excluyendo a dicho efecto, a sus otrora aliados europeos, los cuales son, a todas luces, no solo partes interesadas, sino actores relevantes, tanto para la protección y defensa continental, como para evitar el expansionismo territorial que se vislumbra desde la plataforma del régimen de Vladimir Putin.

Dicho proceso negociador comenzó casi de inmediato.  En ese sentido, esta misma semana se reunieron en Riad (capital de Arabia Saudita) dos delegaciones de alto nivel, encabezadas, por parte de Estados Unidos, por el secretario de Estado, Marco Rubio y por parte de la Federación Rusa, por su homólogo Sergéi Lavrov, las cuales llegaron, entre otros acuerdos, comenzar un. proceso de acercamiento bilateral, así como generar las condiciones para poner fin a la guerra de Ucrania, bajo las condiciones y exigencias – según ha trascendido -, del país invasor.

Culmino mi análisis con una reflexión. El mes de febrero de 1945, poco tiempo antes de que culminara la cruenta segunda guerra mundial, se reunieron en la ciudad de Yalta (Península de Crimea) los líderes de las tres principales potencias aliadas: Franklin Delano Roosevelt (EUA); Winston Churchill (RU); y José Stalin (URSS).

En el marco de dicha cumbre, fueron acordados diversos compromisos, quizá el más importante, tiene que ver con la especie de reparto territorial al que llegaron los representantes de las potencias ahí reunidos. 

  • En principio, la URSS tendría bajo su esfera de influencia las naciones que durante los siguientes cuarenta años sería cubiertas por su hegemonía, es decir, quedarían bajo su órbita, a condición de que pudieran celebrar elecciones democráticas;
  • En otro plano, la URSS manifestó su conformidad ante la propuesta de crear una organización internacional, abocada a la defensa de todas las naciones y a la preservación de la paz a nivel mundial, en otras palabras, el germen de la ONU;
  • El compromiso de apoyar a las fuerzas aliada en su búsqueda de la derrota del Imperio del Japón, a la postre, aún en guerra con los aliados.

En aquel entonces, la URSS de Stalin no honró su palabra, dando paso al periodo conocido como “Guerra Fría”, que se prolongó hasta la caída del “Muro de Berlín” en 1989.

De momento, no sabemos si la Federación Rusa de Putin cumplirá con los acuerdos a que lleguen las partes.  De lo que sí estamos conscientes es que Donald Trump dista mucho de parecerse a su predecesor, el trigésimo segundo presidente, Franklin D. Roosevelt, por lo tanto, el resultado de esta nueva aventura internacional, es imprevisible.

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